Los amigos partieron la noche anterior, las obligaciones anuales comenzaban para ellos. En cambio para ella comenzaba el descanso.
El cambio de casa, de sonidos y de costumbres la despertaron a las 5 de la mañana. Se levantó muy fresca. Desayunó y decidió salir a caminar. Llevó la cámara fotográfica y comenzó la jornada.
Primera imagen tras abrir la puerta: La luna llena la despedía de a poco. Al llegar a la playa vio cómo amanecía. Y los primeros pasos los hizo a puro gatillar la cámara. No sabe cuánto caminó, sí sabe que el sol y la luna compartieron parte de ese momento. El mar le besaba los pies,la sal se impregnaba en su piel y el viento el rostro. Sintió la paz que hacía rato buscaba.
En un momento se descubrió pensando en nada. Nunca había experimentado eso de no tener imágenes ni palabras en su mente. De hecho nunca se había imaginado que fuera tan fácil no pensar, ni hablar, ni escucharse mentalmente.
El mediodía la encontró en la playa. Volvió a la casa, preparó un almuerzo sencillo y volvió a vivir la playa.
Los días corrían y vivía más o menos lo mismo cada uno de ellos. Sólo algunas tardes de frío y lluvia se trasladó hacia la localidad cercana, eso que ella llamaba “el centro”.
De tanto en tanto alguna película, música de esa que no acostumbraba a escuchar a diario, ni nada que la hiciera recordar nada ni a nadie. Escribió un poco. Paseo por el jardín. Descubrió los insectos del lugar con los que aprendió a convivir los días que vivió allí (unos 15).
Conoció, sin establecer contacto, los personajes del lugar. Caminó por toda la costa, día tras día. Las mismas caras, las mismas cañas, las mismas redes. Lo que cambiaba era el mar. El color o el espacio que ganaba con las mareas.
Tras el correr del tiempo se dio cuenta que había logrado lo que quería,“desenchufarse”, salirse de la rutina, de las costumbres de la ciudad. Pudo leer dos libros (hacía tiempo que no le dedicaba lo suficiente a una lectura que no fuera estudio), hizo crucigramas y sopas de letras, dibujó y hasta cocinó.
Hoy, y ya en la ciudad le queda el consuelo de haber vivido dos semanas terriblemente buenas, que le sirvieron para aprender a vivir.
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