
Diferentes edades. Diferentes realidades. La misma angustia. La soledad los atravesaba. Pero soledad sin compartir. Distinguían bien cuando la soledad era gustosa y cuando dolía.
Se sentaron de frente, sin verse y charlaron. Se contaron sus vidas a como pudieron, apurados y necesitados de saberse. No esperaban nada uno del otro, más que sentirse leídos (escuchado, diríamos en una relaciòn frente a frente) y tal vez un poco acompañados.
Él no estaba acostumbrado a sentir el amor. Ella lo había conocido una vez. Buscaban no estar solos, pero no querían amontonarse, ni entre sì ni con otros. La cuestión es que de sus palabras se desprendía el miedo. Él no sabía a qué. Ella no quería sufrir.
Ella con cada charla tenía una muestra muy pequeña de lo que era “el resto”. Tenía la costumbre de acopiar información.Luego, lo ponía en común con diversos profesionales, trabajaba multidisciplinariamente, para luego sentenciar el enunciado. “lo que mata no es la humedad… sino la soledad”.
Si. Suponemos que sus estudio no tienen rigor científico, pero hasta el momento nadie pudo rebatir ese enunciado… y mucho menos en los tiempos que corren...